Abraham García González
Fotografías: Alejandro González
La noche del viernes el Real Dúo se ganó, con carisma, el aplauso del público que asistió al Teatro Hidalgo, un concierto donde más que emular un duelo con sus instrumentos, se complementaron con guitarra y mandolina.
Aunque comenzaron muy clásicos con la serenata de Paganini, a lo largo del recital, Michele Labro (guitarra) y Luciano Damiani (mandolina) mostraron otro lado de la música italiana, uno distinto al que Massimo Delle Cese mostró la noche anterior; el del folclor popular.
La noche del viernes el Real Dúo se ganó, con carisma, el aplauso del público que asistió al Teatro Hidalgo, un concierto donde más que emular un duelo con sus instrumentos, se complementaron con guitarra y mandolina.
Aunque comenzaron muy clásicos con la serenata de Paganini, a lo largo del recital, Michele Labro (guitarra) y Luciano Damiani (mandolina) mostraron otro lado de la música italiana, uno distinto al que Massimo Delle Cese mostró la noche anterior; el del folclor popular.
Después de la pieza del violinista, el Real Dúo trasladó al público hasta Nápoles con una selección de tarantelas de Gaetano Lama y Celso Manchado y Raffaele Calace.
La barrera del idioma no impidió a Damiani comunicarse con la audiencia entre tema y tema en italiano, ya que todo mundo aplaudió cuando pidió una ovación a Simone Ianarelli, a quien dedicaron la interpretación de Anima ad Anima del guitarrista autodidacta, Pappino D’Agostino.
Antes del intermedio, el Real Dúo interpretó el conocidísimo O Sole Mío de Eduardo di Capua, con un cómico duelo de improvisación, en el que Labro simulaba molestarse porque Damiani se lucía con la mandolina y no lo dejaba entrar.
La noche napolitana continuó con una inspirada ejecución de Mazurca da concierto de Raffaele Calace y del Tango en mottola que el compositor argentino Máximo Pujol escribiera para el dúo.
Aunque omitieran Alfonsina y el mar, el Real Dúo dedicó, como regalo, a su público, una versión de La Paloma, con la mandolina de Damiani recitando la letra.
Finalizaron con el tema sudamericano, Quiero ser tu sombra, durante el cual Damiani emuló con su mandolina el andino sonido del charango, mientras que Labro combinaba acordes convencionales con virtuoso punteo.
La respuesta del público fue inmediata. Ni esperaron a que terminara la última nota cuando comenzaron a aplaudir. Pese a que había considerablemente menos gente respecto a los anteriores conciertos estelares, hubo muchos que se pusieron de pie para vitorear a los italianos.
Para retribuir, regresaron para bromear con que interpretarían una pieza de un compositor chino, de madre indonesa, y criado en algún lugar exótico. En lugar de eso, cerraron con una improvisada rendición de la Danza Tarantella, con un puente en el que combinaron las notas de La Cucaracha, que hizo sonreír y aplaudir a más de uno desde sus asientos.
La barrera del idioma no impidió a Damiani comunicarse con la audiencia entre tema y tema en italiano, ya que todo mundo aplaudió cuando pidió una ovación a Simone Ianarelli, a quien dedicaron la interpretación de Anima ad Anima del guitarrista autodidacta, Pappino D’Agostino.
Antes del intermedio, el Real Dúo interpretó el conocidísimo O Sole Mío de Eduardo di Capua, con un cómico duelo de improvisación, en el que Labro simulaba molestarse porque Damiani se lucía con la mandolina y no lo dejaba entrar.
La noche napolitana continuó con una inspirada ejecución de Mazurca da concierto de Raffaele Calace y del Tango en mottola que el compositor argentino Máximo Pujol escribiera para el dúo.
Aunque omitieran Alfonsina y el mar, el Real Dúo dedicó, como regalo, a su público, una versión de La Paloma, con la mandolina de Damiani recitando la letra.
Finalizaron con el tema sudamericano, Quiero ser tu sombra, durante el cual Damiani emuló con su mandolina el andino sonido del charango, mientras que Labro combinaba acordes convencionales con virtuoso punteo.
La respuesta del público fue inmediata. Ni esperaron a que terminara la última nota cuando comenzaron a aplaudir. Pese a que había considerablemente menos gente respecto a los anteriores conciertos estelares, hubo muchos que se pusieron de pie para vitorear a los italianos.
Para retribuir, regresaron para bromear con que interpretarían una pieza de un compositor chino, de madre indonesa, y criado en algún lugar exótico. En lugar de eso, cerraron con una improvisada rendición de la Danza Tarantella, con un puente en el que combinaron las notas de La Cucaracha, que hizo sonreír y aplaudir a más de uno desde sus asientos.
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