Por Gilda Callejas Azoy
No sólo es cuestión de “estilo”. La técnica del Graffiti evolucionó hasta alcanzar la categoría de obra de arte. Se exhibe en importantes galerías, en museos del mundo y es llamada por los curadores “street-art” (arte callejero). Es un arte genuino, que ya integra tema de estudios en el Doctorado en Historia del Arte promovido por la prestigiosa Casa Lamm de nuestro país, y en universidades de Estados Unidos.
Cultura urbana o creatividad popular, la pintura con el aerosol manifiesta la expresión crítica de nuevas generaciones. Jóvenes que precisan ser entendidos – al igual que los Beatles o Silvio Rodríguez, en su tiempo – llenan la ciudad de imágenes con matices diversos; hoy, estereotipadas de transgresoras y juzgadas con severidad por escépticos y convencionalistas.
Los graffiteros tocan la vida con humor, inteligencia e ingenio. Guillermo Roacho, también conocido como el Azteca, estudiante de Artes Visuales de la Universidad de Colima ha sido cómplice de las noches. Pasado y presente de clandestina conspiración teñidos de una obsesión: ¡Que hablen los muros! Pero en la escuela aprecia, aprende, crece, cada vez más influido por corrientes y estilos. El límite ya no es la pared.
En días pasados, Roacho y otros artistas colimenses aceptaron el reto de una exhibición de Graffiti que tenía como motivo un concierto de rock. Con la fuerza de quien sabe lo que quiere, enterados de la intención de los músicos de apagar las luces del recinto y, asumiendo el sempiterno rechazo, los jóvenes pintaron sus ideas dando vida a ritmo de sprays. Estas obras hoy integran el acervo universitario, y ahora, pueden observarse en el Portal Morelos, donde se ubica el Museo Regional de Historia. Fue en los exteriores del polideportivo de la Villa, ante el asombro y la complicidad de estudiantes, profesores, artistas, promotores, y mucha gente de Colima. Esa noche al Graffiti se le miró con otros cristales.
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