Por Francisco Reyes Palma
Dos dispositivos novedosos desarrollados por la Revolución Francesa son la guillotina y el museo, ambos dieron lugar a figuras tan relevantes como el verdugo y el curador. Uno, encargado de operar el instrumento de muerte; otro, como indica la palabra latina “cura”, responsable de cuidar ciertos de ciertos bienes culturales. En ambos casos se procedía por segmentación; es decir, por separación de elementos de su contexto, fueran cabezas u objetos culturales. En última instancia, toda exposición es un despliegue de tecnologías para jerarquizar la visión.
Hasta hace poco, nadie pensaba que el curador mereciera ser citado junto al verdugo, porque, de manera genérica, el término “curador de arte” se asociaba a un profesional recluido en las bodegas del museo, encargado de preservar, organizar, estudiar, establecer atribuciones, coleccionar y exhibir objetos artísticos, científicos o históricos. Tal personaje, en los años setenta, da un salto de visibilidad en los museos de arte, rodeado del aura del creador. Hoy, la efigie del verdugo nos parece un anacronismo, el curador asume un prestigio capaz de opacar al crítico, al artista e incluso al director de museo, en el caso de que no ostente también el mismo cargo.
Dos dispositivos novedosos desarrollados por la Revolución Francesa son la guillotina y el museo, ambos dieron lugar a figuras tan relevantes como el verdugo y el curador. Uno, encargado de operar el instrumento de muerte; otro, como indica la palabra latina “cura”, responsable de cuidar ciertos de ciertos bienes culturales. En ambos casos se procedía por segmentación; es decir, por separación de elementos de su contexto, fueran cabezas u objetos culturales. En última instancia, toda exposición es un despliegue de tecnologías para jerarquizar la visión.
Hasta hace poco, nadie pensaba que el curador mereciera ser citado junto al verdugo, porque, de manera genérica, el término “curador de arte” se asociaba a un profesional recluido en las bodegas del museo, encargado de preservar, organizar, estudiar, establecer atribuciones, coleccionar y exhibir objetos artísticos, científicos o históricos. Tal personaje, en los años setenta, da un salto de visibilidad en los museos de arte, rodeado del aura del creador. Hoy, la efigie del verdugo nos parece un anacronismo, el curador asume un prestigio capaz de opacar al crítico, al artista e incluso al director de museo, en el caso de que no ostente también el mismo cargo.
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